miércoles, 29 de abril de 2009

Dos relatos

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Intenten graficarse esta situación mientras se las relato:

Canal de noticias marplatense (el que usted guste), en pleno mediodía, vuelve de la pausa comercial al ritmo de esas típicas canciones de noticiero —pedorras, con mucho viento de metal con melodías horribles— y en un fade out del audio le da entrada al locutor que anuncia una terrible tragedia en la facultad de derecho.

El locutor comienza a relatar que a las 18:30 horas aproximadamente del día de ayer y luego de que uno de los ascensores reportara una falla que motivó el timbre de alarma interna de uno de los cubículos, finalmente se desprendió de su carril y haciendo honor a la gravedad se dirigió a varios kilómetros por hora hacia el suelo, provocando 6 heridos graves y una muerte. (Imaginemos una sola).

A la salida, los alumnos enojados manifestando frente a las cámaras y al micrófono que es una vergüenza que se no se controlen a los ascensores, y que no se invierta en su reparación. Otra señora anonadada manifiesta que una vez ella tocó el quinto, y el ascensor frenó en el cuarto. Atolondrado por un alud de furia, otro alumno manifiesta que es una tragedia evitable si las autoridades —imaginemos que tira algún nombre— hubiesen estado al tanto del estado del ascensor y lo hubiesen arreglado. De fondo, los peritos miran la escena y no comprenden qué pudo haber pasado.

Pero eso no importa. En ese momento, todos son expertos en ascensores y todos son expertos en derecho penal ascensoril. Creen saber qué pasó, por qué pasó, y culpa de quién (que es siempre otro, claro).





Ahora imaginen esta otra situación (pongamos que fue el día anterior a la que acabo de relatar):


18:30 de la tarde, horario complejo en la facultad. Todos tienen que cursar en todas las aulas. Todos tienen que ir a algún lado.

Frente a los dos ascensores siempre hay, imaginemos, 15 personas promedio. Es casi un dato de rigor científico que esperar un ascensor es incómodo; uno comienza a apretar una y otra vez el botón creyendo que la computadora que dirige esos aparatos de transporte no tomó nota de nuestro pedido. Por eso, clic clic clic. Lo llamamos una y otra vez.

Claro que cuando el ascensor llega es el milagro que se hace materialidad, es Dios que nos ilumina con su gloria divina —Amén— y todos se insertan anárquica y apresuradamente conforme el orden de llegada. Tal vez alguna excepción implica que alguien mire a su deredor para ver si hay alguien mayor, lesionado, con capacidades diferentes, o quién sabe qué circunstancia que consideren pueda ser más digno de subirse. Por lo general no ocurre. Si se abre la puerta...¡Todos a bordo!.

Allí —en el ascensor, debajo del cartel que dice "CAPACIDAD MÁXIMA 5 PERSONAS"— suben todos los que entren. Todos los que se puedan caber. Recién en cierto punto se da un diálogo que es casi una constante:

—¿Entro? —dice el que se quedó afuera que no llegó a entrar por poquito, mientras mira a 6 o 7 afortunados aparruchados en el cubículo de la felicidad mobiliaria.
—¿uhmmm a ver? —dice uno que siempre se erige como el líder espiritual del grupo de los que "lograron entrar" (por lo general está al lado del tablero)
— Me parece que si, probá —alega uno en el fondo, bien en el fondo con su victoria asegurada.

Allí mismo el que curiosamente quiere ver "si entra" pisa suavemente el ascensor y todos, absolutamente todos en el mismo lugar donde se impone aquella obra de arte de la seguridad personal del consmidor, me refiero al cartel "CAPACIDAD MÁXIMA 5 PERSONAS", allí mismo todos miran el mágico mundo de colores del tablero, donde se analiza el peso que está soportando en ese instante el aparato cuyas tonalidades van del verde "todo bien", el amarillo "epa epa" y el rojo "todo mal" (o en su variante rojo "el último está gordito").

Claro, que lejos de ser cinco personas, a ese punto ya hay como 7 u 8. Sin embargo, si al subir este último pasajero la luz se mantiene amarilla, se escucharán algunas risas y algún "—¡ja ja justito!". Las puertas se cerrarán y los siete —ahora ocho— se van chochos para los pisos superiores a cursar sus materias.


Son dos relatos. Uno es ficticio y el otro real, diario, cotidiano.

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lunes, 27 de abril de 2009

Nuevo Colaborador

Totalmente avasallado por la responsabilidad que implica llevar adelante este diario, y amedrentado por todo tipo de amenazas no constructivas, este servidor tiene el agrado de presentarles a su nuevo colaborador, el Dr., Licenciado, Escritor, Opinador Multítemático, Músico, y 9 de Área, Sr. Tomás Marino. El mismo nos acompañará a partir de ahora, y le damos la bienvenida.
PD: se les recomienda a los alumnos comenzar a estudiar para el primer parcial, ante la inminente llegada del momento procesal académico conocido como "el punto de no retorno" o "lo que no estudié hasta ahora, no lo pienso estudiar nunca más". Saludos.-

miércoles, 1 de abril de 2009